miércoles, 28 de enero de 2009

Eminencia

Buenas tardes, Eminencia. Que es usted una eminencia, además de Cardenal, Obispo y Presidente. La hostia en verso. Don Antonio María Rouco Varela. Estaba yo esperándole desde hace días. Se me retrasaba usted. Y me extrañaba un mazo. Días esperándole, esperando a que abriese esa boquita que tiene. Esa boquita en la que, por no saber cerrarla, no es que entren ya moscas por enjambres. Es que le caben portaaviones enteros. La Sexta Flota Gringa le cabe a usted ahí dentro. Total, que no podía fallarme, señor Obispo. Le tengo a usted mucha fe, aunque sea yo más ateo que una piedra. Le tengo fe por esa boquita que usted se calza y por ese fascismo integrista y fanático que destila en su mirada de pecador irredento que ardería en el Infierno. Si es que el Infierno existiese. Que no existe.

Porque ya está bien, señor Obispo. No sé cómo andará la cosa por otros hemisferios, latitudes y religiones. No soy tan viajado, que la hipoteca es una cadena corta y pesada. Pero es que aquí, en el Glorioso Occidente Cristiano y más en la católica España, la Santa Madre Iglesia nos lleva fritos desde hace más de mil quinientos años. Exactamente mil seiscientos veintinueve, cuando al malhadado del emperador Teodosio le dio el simún de hacer al Cristianismo religión oficial de Roma. Que si lo viera ahora por la calle le mancaba un soplamocos con la mano abierta. Vaya cagada que te marcaste, nene. Abrir la puerta sin preguntar quién es. Y todos entrando en tromba. El Papa y sus amigos los cardenales, seguidos de los obispos, los curas y hasta los monaguillos cantando avemarías. Revoloteo de sotanas, golpes de báculo, cuidado Manolo aguanta que se te cae la mitra, ojo Pepe que me pisas la casulla de los domingos... Y entraron hasta la cocina. O sea, que en nuestra maltrecha piel de toro, la Iglesia ha formado parte indisoluble del Estado desde hace más de milenio y medio. Lo cual, a los efectos, quiere decir que si eres español eres católico, la religión la llevas de fábrica. Y te jodes, haber nacido en Tasmania.

Así fue hasta que, en mil novecientos setenta y ocho, tuvimos nueva y flamante Constitución Española. Que, en su artículo 16, punto 3, declara que ninguna confesión tendrá carácter estatal. Con esto se desvinculaba, por fin, la Iglesia Católica y el Estado Español. Ya podíamos los españolitos hacer lo que se nos viniese en gana con nuestra fe o falta de ella. Y, tras treinta años de carta magna, todos nos la tenemos más que requetesabida. Todos la respetamos, la conocemos de pe a pa, somos superdemocráticos y architolerantes. Entonces, ¿por qué mierda arma usted tanto revuelo por unos cochinos carteles que un puñado de ateos cuelgan en el bus, Eminencia? ¿No puede una ateo decir que lo es sin que le lluevan las hostias de canto? ¿O qué hacemos? ¿Nos creemos la Constitución, nos ciscamos en ella, la manipulamos cuando nos conviene y la olvidamos cuando no? ¿Qué pasa aquí?

Pues pasa que a la católica, apostólica, romana y españolísima Iglesia le ha venido muy mal eso de verse separada del poder estatal, tras tantísimos siglos de chupar del bote. Pasa que a muchos jerarcas eclesiásticos les ha sentado como una patada en la tiara eso de no pesar lo mismo que un ministro. Acostumbraditos como estaban a mangonear en las más altas esferas del régimen. Usted, por ejemplo, don Antonio María. Frustración que tiene de no haber llegado a tiempo. A tiempo de aguantarle el palio al Generalísimo cuchicheándole consejos al oído. Consejos como el que se permite dar a las autoridades, pidiendo que nos "tutelen" la Libertad de Expresión.

¿Pero es que no se da cuenta usted, maldito engendro abyecto vomitado de las profundidades del Averno? ¿Tanto hace que olvidó las Sagradas Escrituras? ¿No se percata, señor Rouco, de que al mismísimo Jesucristo las autoridades también le "tutelaron" la Libertad de Expresión? Se la tutelaron los equivalentes de la época. Es decir, el Imperio Romano, representado por Poncio Pilatos, y el Gran Sanedrín, el consejo de sacerdotes de Israel, comandado por Caifás. El Estado y la Iglesia. El Estado y la Iglesia, señor Rouco. La fuerza y usted. Como a usted, a Caifás no le venía bien que deambulara suelto por ahí un tipo con greñas y ropa de pobre que andaba cuestionando la fe establecida. Como usted hace hoy, Caifás reclamó a Pilatos que se le tutelara la Libertad de Expresión a Jesucristo. Y fíjese, fíjese si se la tutelaron bien, que lo acabaron torturando, crucificando y haciéndolo morir entre horribles tormentos. A eso lleva la "tutela" de la Libertad de Expresión, Eminencia. Caifás, que es usted otro Caifás.

Así que, señor Obispo, mire usted a ver si puede hacer un esfuerzo. Aprenda un poco de la vida de Jesucristo. De una puñetera vez, que ya va siendo hora. Hostia.

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